Monday, September 25, 2006

Mutis

Hubo silencio por días, hasta anoche.
Ya volvió, y sigue.

Extraño la música: ¿pero cuál?.
Añoro el sabor: Ni sabes.
Hay nostalgia de la sensación: vaga experiencia.
Reconstruyo imágenes colectivas: historias que no arrancan.

tic tac tic tac
...
tic tac
...
tic
...
..
.

(Llegaron las eses, alargadas y españolas, sonido perenne que incómoda, recuerdo necio de una ausencia que no se conoció en su némesis.)

Sunday, September 17, 2006

Me sentí lacio, lacio, lacio...



Pues sí, parafraseando el canto de Astrid Hadad, yo fui lacio, lacio, lacio, pero ninguna mujer me traía engorzomado en esos ayeres, y he aquí la prueba.

Ahora bien, si he de señalar culpables por mi actual cabellera rizada, que se dirija mi índice hacia las hormonas, cuya aparición intempestiva durante mi pubertad provocó dicho retorcimiento capilar.

Probablemente me tomaron esa foto en una fiesta, fíjense que lo que traigo en la mano parece ser un buñuelo y no pasen de largo las botitas, característica que compartí con mi padre durante la infancia, bueno... las de él no estaban peladas.



En esta otra estoy en una casa que me gustaba harto, tenía un porche en la entrada y un amplio patio trasero que contaba con varios árboles, y que percibía como mi bosque particular... iluso.

En fin, me pregunto si algún día mi cabello volverá a ser lacio, o si la siguiente fase es la calvicie... chiales.

Hormigas en la lengua

Tenía listo un ejército de insectos, voladores y rastreros, todos ligeros y de paso firme, de marcha constante. Yo portaba el uniforme de gala, aquél del que cuelgan medallas y reconocimientos, vestimenta digna del general de una batalla decisiva, líder de una tropa ávida de triunfo.

Uno a uno los polípedos fueron ajustándose cascos, botas, uniformes y armas, listos para arremeter contra esa tierra errante de difícil acceso.

Las horas transcurrieron con calma al principio, luego de prisa, y conforme la aguja gorda del reloj se acercaba a la hora pactada, los minutos se alargaron, la elasticidad de los segundos se volvió intolerable, y el nerviosismo llenó los flancos de mis tropas.

La neblina se disipó y la tierra se avistó a lo lejos, sólo esperábamos la confimación del vigía, pero no la hubo, las nubes se cerraron y degradaron el atardecer hacia una profunda noche.

Desprendí mis metales honoríficos, me quité mis galas, enfundé las armas y me quedé quieto mirando... a mi ejército frustrado, a mis catapultas cerradas, a mis tanques silentes y a mi cañón inútilmente cargado.

Naturalmente, la retirada no prevalece en una estrategia de conquista, pero ante esta fallida empresa, me temo que lo siguiente que he de liderar es una revolución, una guerra civil interna en la que deben cumplirse los pactos.

Tranquilo y resuelto, me senté apoyándome en las catapultas y extendí mis tanques de guerra hacia el horizonte, coloqué mi cañón de puente hacia el suelo y llamé a mis soldados: unos cabizbajos, otros desconcertados, decepcionados todos, fueron subiendo por mi torso.

Abrí mi boca, desenrollé mi lengua y entraron a mi cuerpo, tardaron en acomodarse, en calmarse y dormir. Aún no puedo decirles si ya perdimos la guerra, no lo sé, pero creo que es momento de hacerles saber que el escenario de la derrota también es probable, y que de ser así la naturaleza de nuestras batallas ha de cambiar.